Nunca creí que soñar con la inmortalidad sea una coartada válida para disfrutar de la vida sin angustias. En el fondo, pienso que para el individuo, al final, el sentimiento de perdurar es absolutamente irrelevante.
Una clarividente valoración de la muerte y la inmortalidad fue reflejada con maestría por Víctor Hugo tras acudir a la despedida de un Balzac moribundo:
“La criada me hizo entrar en el salón que estaba en la planta baja y en el cual encima de una consola situada frente a la chimenea, estaba el colosal busto de Balzac, de mármol, hecho por David d´Angers…
…El busto de mármol vacilaba en la penumbra como el espectro del hombre que estaba agonizando. Un olor a cadáver inundaba la casa.
…Oí estertores fuertes, siniestros…La cara estaba amoratada, casi negra, inclinada hacia el lado derecho, la barba crecida, el cabello canoso y corto, los ojos abiertos y fijos.…De la cama provenía un hedor insoportable. Levanté la cubierta y tomé la mano de Balzac. La empapaba el sudor. Se la estreché. Él no correspondió a mi apretón de manos…La enfermera me dijo:”Morirá al romper el día”. Descendí y me llevé en la imaginación aquel semblante lívido.
Cuando pasé por el salón volví a ver el busto, inmóvil, insensible, altivo y que irradiaba un brillo vago, y no pude dejar de hacer una comparación entre la muerte y la inmortalidad.”
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