Antes de nada, querría preguntaros, estimados blogueros, si hoy ,víspera de Nochevieja, preferís que mi entrada verse sobre el recientemente fallecido Hicthens (polemista retórico que creaba sus propios espantajos para atizarles después maniqueamente ), o sobre un magnífico ensayo relativo a Goya que acaba de publicar el Príncipe de Asturias de la Letras, Tzvetan Todorov.Otra de las opciones posibles sería que os ilustrara sobre el origen de ese rutinario protocolo navideño que consiste en brindar con alcohol.
No obstante, es probable que esto del brindis tenga su origen en épocas aún más antiguas en las que resultaba habitual envenenar los gin-tonics de aquellas personas que no te caían lo suficientemente bien. Y el hecho de deglutir (simultáneamente) con el anfitrión idéntica bebida aseguraba a los invitados no toparse con un gratuito- e inesperado- viaje al más allá.
De igual manera, esa ruidosa costumbre de “chocar” las copas tal vez comparta un origen similar, ya que el brusco contacto, teóricamente, provocaría la mezcla de los líquidos y transmitiría la confianza de que la bebida estaría igual de limpia (o no) para todos los que participan en el brindis.
Pero en esto del bebercio– como en el comercio- existe una versión más romántica que trata de explicar la bárbara costumbre del "impacto cristalino" diciendo que el "chin-chin" tendría como fin lograr que el único de los cinco sentidos que no participa en el trasiego alcohólico (que se ve, se huele, se degusta, se paladea, pero no se oye) también participe en tan solemne evento…
¡Qué enternecedor, coño, voy a llorar!
¡¡¡ Bring dir´s!!!
De nada.
¡Mecagüen…!








 

 ¿No lo sabéis?¡¡¡Está claro, por Dios, eso es un sándwich de bonito!!! (del Norte) 
 ¡Pues que va a ser, almas cándidas!: ¡¡¡Un pincho(tapa) de bonito!!!





De todas formas, siendo yo un hombre sin doblez, que rezuma bondad e incapaz de mentir, respondí apasionadamente a sus besos con la sinceridad que me caracteriza: 











