domingo, 20 de julio de 2008

Inmaculada inspiración

Estimado Pipo:
Existe, en algún rincón del sótano de mi casa, un relato casi olvidado que habla del “Restaurante Ilusiones”. En él, se describe un local de moda,-anunciado profusamente como modelo de nuevas tecnologías, diseño vanguardista y audacia en los planteamientos-, y se narra cómo es visitado por primera vez por un hombre de mediana edad, que sumido en una crisis existencial, busca desesperadamente nuevos estímulos que contribuyan a apuntalar su aburrimiento. Aunque deslumbrado por el mobiliario y las suculentas especialidades de la carta, transcurridos cuarenta minutos, comienza a sospechar que,- al menos en cuanto al servicio-, el restaurante no es un dechado de virtudes. Tras releer incontables veces los sofisticados menús, con la boca hecha agua, nuestro hombre ve por fin acercarse al camarero, que con una radiante sonrisa le dice: “Espero que la cena haya sido de su agrado y que el restaurante haya cubierto todas sus expectativas. Deseamos volver a verle pronto”.
Y similar perplejidad, estimado Pipo, experimenté yo a la recepción de ese tu correo titulado:”Quiero perseverar en mis defectos: ése soy yo” y cuyo contenido se limita a una extraordinaria e impactante página en blanco. Y es que la extensión del enunciado prometido, creo yo, empequeñece la importancia del asunto desarrollado a continuación. Y, claro, estas situaciones desencadenan un cúmulo de suposiciones irresolubles y conjeturas angustiosas.
Bien es verdad, que, inmerso como te hallas en el desarrollo de una gélida historia, fiel a tu profesionalidad, tal vez el texto se encuentre sepultado bajo la nieve o el hielo, y eso sea la causa que impida su adecuada interpretación. O tal vez, por ese viejo paradigma literario que aconseja “sugerir en vez de mostrar”, te hayas propuesto dejar página, puerta y destinatario abiertos a multitud de elucubraciones.
Por otro lado, buscando una explicación convincente, me he retrotraído a los manuales literarios y recordado lo imprescindible que resulta eliminar de la narración cosas superfluas que en nada contribuyan al desarrollo de la acción. Pero, ¡coño Pipo!, esta vez te has pasado con la “poda”, has reducido el contenido a simple virtualidad, a inmaculada esencia, a etéreo atributo, a blanco sudario de ignoto significado, a pálido reflejo de tu inquietud creadora, a vacua mortaja de reflexiones insondables…
Si al menos hubieses puesto: “Tngo prisa, Bss, P.”, no hubiera yo especulado con tu virginal correo, ni hubiera filosofado sobre la futilidad de la existencia, sobre el abismo de la nada, sobre la página en blanco, sobre la nieve, sobre los escritores, sobre el Restaurante Ilusiones…
Saludos cordiales,
Tordon

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