martes, 15 de julio de 2008

Húmeda inopia (1)

El jueves, por la noche, alcancé la Villa del Sella en mi piragua de cuatro ruedas y ,mirando el cielo, presumía que, -cuajado de estrellas-, auguraba un día venidero radiante. El viernes, a media mañana, el persistente orbayu echó por tierra todas las predicciones. Quizás el “Meteosat Celestial” (¿será Santa. Bárbara la encargada?), no tiene suficiente cobertura en aldeas recónditas como Pando. Las labores de siega quedaron así interrumpidas y, por imperativo meteorológico, la “pación” se tornó en “meditación”. Atechado bajo el porche y sin nada que cortar ni pinchar, abrí los sentidos a lo inusual. Contemplé cómo los laureles -haciendo reverencias al viento del Norte- susurraban palabras entrecortadas que no supe interpretar; Un escandaloso grupo de grandes pájaros negros, (mi cultura ornitológica solo distingue dos especies: los grandes y los chicos) mantenían una acalorada discusión entre estruendosos graznidos; Los pájaros más pequeños, a pesar de que la neblina comenzaba a hacerse densa, trazaban arriesgados vuelos rasantes sobre el sembrado. (¡Coño, señores del aeropuerto de Asturias, no puede ser tan difícil!); Los avellanos, pura flexibilidad, cimbreaban sus ramas hasta alcanzar, coquetos, el espejo de la piscina. Pero algo no iba bien: El móvil de viento, otrora relajante con su campana Zen, tañía a muerto. El sauce, mas afligido que de costumbre, acumulaba a sus pies una espesa mezcla de lluvia y lágrimas verdes…
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1 comentario:

Pele Ón dijo...

el siguiente paso es ya casi bailar o correr con lobos.