viernes, 24 de octubre de 2008

Casi me caso (1)



-Alejandro, no te quedes ahí mirando como un imbécil…

Todo era perfecto hasta esta última noche. Mi despedida de soltero resultó fantástica: Viejos amigos, bromas divertidas y abundante alcohol hasta las 5 de la madrugada.
Y en la vuelta a casa, en la soledad de la noche, aquel semáforo fue el inicio de la tragedia. El coche que me precedía ignoró la luz verde. La silueta de una larga cabellera asomaba en el retrovisor. Quizá se había dormido, quizá fuese una turista despistada o simplemente -¡sí, eso era!,- estaba hablando por el móvil. Al tercer toque de claxon, una esbelta señorita bajó del vehículo. Al imponente aspecto de sus 1.90 de estatura añadía una ceñida minifalda que dejaba a la vista unas piernas largas y esbeltas. ¡Y se dirigía a mí!
Eufórico ante aquel inesperado regalo del cielo y tal vez por los cuatro gin-tonic que acumulaba, bajé solícito la ventanilla para orientar a la bella muchacha. ¡Quién sabe!: Tal vez era la última oportunidad que se me presentaba para tomar una furtiva copa con una desconocida.
El impacto fue terrible y aun me resuena en las sienes. La puñetera, además de fuerte, y de eso me enteré posteriormente, resultó transexual. Solo recuerdo vagamente haber oído instantes antes del impacto algo así como: ¿Tienes prisa, so cabrón? Y el aturdimiento que me envolvió durante varios segundos solo me permite recordar difusamente cómo aquella silueta ascendía a un coche rojo y desaparecía de mi vista nublada.
La ciudad dormía, ajena a mi tragedia.
La sensación anestésica me impedía sentir la nariz y los labios. Al palpar la zona, identifiqué un hilillo de sangre en la palma de la mano y comprobé que una piedrecilla blanca se encontraba sobre mi muslo derecho ¿Sería parte del anillo de mi agresora?
-¡Mierda, no, es mi paleto!,- confirmé al observarlo más de cerca.

Pero lo que realmente me hundió fue mi llamada a Marisa:
- Son las 7 de la mañana ¿Qué quieres a estas horas, Tordon?
- Quiero llorar, Marisa, quiero llorar.
Y más que su perplejidad, me dolió su total indiferencia, su sospechosa resignación. Sus palabras me dejaron entrever que en su fuero interno, en su intuición femenina, ella había previsto este inesperado giro, este retorcido desvío, este tortuoso desenlace del previsto casorio, ese irremediable vuelco que precedía al final. Lo presentía, aunque no podía concretarlo.
-Está claro que habrá que suspenderlo todo indefinidamente, -me espetó sospechosamente rápido
-Sí, claro, no hay otra alternativa- afirmé compungido.
...


2 comentarios:

Pele Ón dijo...

¡Venga, hombre... un caso para lucirse!. Un inmediato y te invitan a la boda.

Tordon dijo...

Eso fué lo que hice.
Pero para entonces, la novia ya se había fugado con el apuesto monitor de aerobic.