Dicen que los habitantes de la ciudad grecorromana de Sibaris, (que luego dieron origen al gentilicio “sibaritas”), eran tan sofisticados en sus costumbres y estilo de vida que incluso llevaban al campo de batalla esa concepción del mundo: Verdaderos expertos en doma, adiestraban a sus caballos al son de diversas melodías para que luego, guiados por la música, desarrollasen llamativas coreografías de ataque. Sus enemigos, impresionados al verlos acercarse con esa precisa y espectacular conjunción, se daban por vencidos antes de entrar en combate.
Sin embargo, cuando los sibaritas (año 500 AC) se dispusieron a atacar la vecina ciudad de Crotona, sus habitantes, avisados de las tácticas del ejército hostil, cambiaron sus lanzas por flautas, con cuya música desorientaron tanto a la caballería del invasor que desbarataron por completo su ataque, siendo a continuación presa fácil de los guerreros de Crotona, que sin ningún esfuerzo los aniquilaron.
Viene todo esto a cuento de que, a veces, y sin darnos cuenta, somos fácilmente vulnerables a los cambios de un guión que voluntariamente asumimos como correcto.
Recuerdo una cena en la que Mercedes y yo invitamos a un colega de una región vecina, persona segura de sí misma donde las haya, hábil conversador, excelente y curtido profesional con una gran experiencia social a sus espaldas. Pues bien, quiso la diosa fortuna que en el restaurante donde disfrutábamos de la sobremesa apareciera una chica oriental vendiendo rosas rojas. Yo le regalé una a Mercedes, y nuestro amigo sonrió complacido y comentó algo muy erudito sobre los milagros del amor. La cosa cambió cuando a continuación, sin solución de continuidad, yo le regalé a él otra rosa roja. Miró a su alrededor, comenzó a tartamudear, y a duras penas acertó a decir gracias. El resto de la velada, cuando yo le dirigía la palabra, se sonrojaba, bajaba huidizamente la mirada y se removía incómodo en el asiento. Comentó, sin venir a cuento, que aunque estaba soltero, tenía una novia a la que adoraba y bla bla bla…
En fin, lo dicho, que nos cambian el paso y no damos pie con bola.
Sin embargo, cuando los sibaritas (año 500 AC) se dispusieron a atacar la vecina ciudad de Crotona, sus habitantes, avisados de las tácticas del ejército hostil, cambiaron sus lanzas por flautas, con cuya música desorientaron tanto a la caballería del invasor que desbarataron por completo su ataque, siendo a continuación presa fácil de los guerreros de Crotona, que sin ningún esfuerzo los aniquilaron.
Viene todo esto a cuento de que, a veces, y sin darnos cuenta, somos fácilmente vulnerables a los cambios de un guión que voluntariamente asumimos como correcto.
Recuerdo una cena en la que Mercedes y yo invitamos a un colega de una región vecina, persona segura de sí misma donde las haya, hábil conversador, excelente y curtido profesional con una gran experiencia social a sus espaldas. Pues bien, quiso la diosa fortuna que en el restaurante donde disfrutábamos de la sobremesa apareciera una chica oriental vendiendo rosas rojas. Yo le regalé una a Mercedes, y nuestro amigo sonrió complacido y comentó algo muy erudito sobre los milagros del amor. La cosa cambió cuando a continuación, sin solución de continuidad, yo le regalé a él otra rosa roja. Miró a su alrededor, comenzó a tartamudear, y a duras penas acertó a decir gracias. El resto de la velada, cuando yo le dirigía la palabra, se sonrojaba, bajaba huidizamente la mirada y se removía incómodo en el asiento. Comentó, sin venir a cuento, que aunque estaba soltero, tenía una novia a la que adoraba y bla bla bla…
En fin, lo dicho, que nos cambian el paso y no damos pie con bola.
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