Ante el éxito apabullante de la anterior entrada relativa a los celtas y consciente del inusitado interés que despiertan en multitud de lectores y comentaristas (¡¡¡2!!!) tan singulares acontecimientos, renuevo mis ánimos con otro palo de similar astilla:
En 1282, los habitantes de Palermo estaban hasta las pelotas de los desmanes de los ocupantes franchutes. Los seguidores de Carlos de Anjou no solo despreciaban los spaghettis boloñesa, sino que incluso se atrevían a enrollarse impunemente con las bambinas de la zona.
Por todo ello, el 30 de marzo, cuando las campanas de la iglesia tocaron a vísperas, los sículos comenzaron a masacrar a los invasores galos sin compasión. Fue tal la fiereza y la determinación en la escabechina, que , para evitar que alguno de los angevinos pudiera escapar haciéndose pasar por italiano, a todo lo que se movía con dos patas le mandaban repetir la palabra “garbanzo”, vocablo de imposible pronunciación para los gabachos(*).
Así pues, -concluyeron los sicilianos- si algún individuo no era capaz de deletrear correctamente la palabra “garbanzo”, con menos razón necesitaría comerse un buen cocido, y, por tanto, nada le importaría que le hicieran un agujero en el estómago con una daga renacentista.
Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre si esta revuelta fue espontánea o inducida por una conspiración política. Pero si consideramos que a la espera de ocupar el trono estaba un español (Pedro III de Aragón), yo más bien me inclino por la segunda opción.
En 1282, los habitantes de Palermo estaban hasta las pelotas de los desmanes de los ocupantes franchutes. Los seguidores de Carlos de Anjou no solo despreciaban los spaghettis boloñesa, sino que incluso se atrevían a enrollarse impunemente con las bambinas de la zona.
Por todo ello, el 30 de marzo, cuando las campanas de la iglesia tocaron a vísperas, los sículos comenzaron a masacrar a los invasores galos sin compasión. Fue tal la fiereza y la determinación en la escabechina, que , para evitar que alguno de los angevinos pudiera escapar haciéndose pasar por italiano, a todo lo que se movía con dos patas le mandaban repetir la palabra “garbanzo”, vocablo de imposible pronunciación para los gabachos(*).
Así pues, -concluyeron los sicilianos- si algún individuo no era capaz de deletrear correctamente la palabra “garbanzo”, con menos razón necesitaría comerse un buen cocido, y, por tanto, nada le importaría que le hicieran un agujero en el estómago con una daga renacentista.
Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre si esta revuelta fue espontánea o inducida por una conspiración política. Pero si consideramos que a la espera de ocupar el trono estaba un español (Pedro III de Aragón), yo más bien me inclino por la segunda opción.
Y no es que quiera asustar, pero ya podéis comenzar a practicar con la expresión “fabada asturiana”, que la Reconquista está al caer.
Quedáis avisados.
Quedáis avisados.
¡Ay, qué importante es saber idiomas!
(*) Como sois unos puristas y unos tocapelotas, debo precisar que en realidad lo que les obligaban a decir era “cece” que – obviamente- es como se traduce “garbanzo” en el idioma de Petrarca.
2 comentarios:
Pues nada, habrá que practicar in situ. Luego repasaremos con Dª Gaudiosa.
Un abrazo (no muy fuerte, que estoy ya procesando la fabada).
Los sicilianos han pasado a ser mis nuevos héroes y es que tuve que aguantar a los gabachos durante tres largos años y puedo asegurar que la fama (mala) que tienen se la merecen.
Besos y gracias por traducir este texto histórico.
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