Cuando hace unos días, en Fonsagrada, contemplé la tenebrosa obra de Paco Pestaña “Muriendo sin merecerlo”, me acordé de mi mismo y me sentí invadido por una intensa congoja.
En esa composición ,el artista lucense representa a un hombre -semisepultado entre la sal- que yace con las botas puestas, los puños cerrados, y una careta antigás cubriéndole el rostro.
Pero, ¿Hay alguien que muera mereciéndolo?- pensé yo. ¿Merezco, pues, morir? ¿Todos somos culpables?
En esa composición ,el artista lucense representa a un hombre -semisepultado entre la sal- que yace con las botas puestas, los puños cerrados, y una careta antigás cubriéndole el rostro.
Pero, ¿Hay alguien que muera mereciéndolo?- pensé yo. ¿Merezco, pues, morir? ¿Todos somos culpables?
“Huid del centro de Babilonia, huid y salvad vuestras almas. Id junto a esas ciudades de refugio- los monasterios- donde podréis arrepentiros del pasado, vivir en la gracia durante el presente y esperar con confianza el porvenir. Encontrarás mucho más en los bosques que en los libros. Los bosques y las piedras te enseñaran más que cualquier maestro.”
Y tras leer las palabras de S. Bernardo, encaminé mis pasos a algún lugar cercano que aunara la exuberancia de la naturaleza y la mística monacal.
Y en un recóndito cenobio de Villanueva de Oscos, descubrí al “Padre Juan de Nuestra Señora de la Esperanza”, un monje afable que en aquel preciso instante confesaba a los turistas.
Algo en su mirada me resultaba cercano, premonitorio, y a él me dirigí en busca de consejo.
Me miró a través de los cristales oscuros y sin decir palabra me rogó que le acompañara a la tasca más cercana . Y allí, señalando la barra me preguntó:
-¿Qué ves , estimado Tordon?
-¿Qué ves , estimado Tordon?
Le contesté que veía seis tazas de ribeiro y una de tinto del país.
-No, querido hermano,- me corrigió: Esta es una representación de la vida, una metáfora de la existencia, una expresión minimalista de la habitual y errática gestión de emociones que nos obliga a convertirnos en solitarias ovejas negras perdidas entre un gran rebaño blanco. Y añadió:
-Ahora, bébetelo todo, y hazlo sin prisa; Y mientras lo haces, comprende y acepta los matices del mundo, sus diferencias, sus similitudes, e imbúyete no solo de tu propia esencia sino también de la de los que te rodean.
Y así fue –como por ensalmo-, que mis angustias desaparecieron, aunque no tengo la certeza de que fuera tanto por las palabras del padre Juan, como por el exceso de líquido que las hizo perecer ahogadas.
-No, querido hermano,- me corrigió: Esta es una representación de la vida, una metáfora de la existencia, una expresión minimalista de la habitual y errática gestión de emociones que nos obliga a convertirnos en solitarias ovejas negras perdidas entre un gran rebaño blanco. Y añadió:
-Ahora, bébetelo todo, y hazlo sin prisa; Y mientras lo haces, comprende y acepta los matices del mundo, sus diferencias, sus similitudes, e imbúyete no solo de tu propia esencia sino también de la de los que te rodean.
Y así fue –como por ensalmo-, que mis angustias desaparecieron, aunque no tengo la certeza de que fuera tanto por las palabras del padre Juan, como por el exceso de líquido que las hizo perecer ahogadas.
Lo cierto es que en el aquel preciso instante la vida me pareció más bella, más alegre, más optimista, y hasta me olvidé de aquella tétrica sentencia que señala que “polvo somos y en hombre con máscara antigás cubierto de sal nos vamos a convertir”…
Para Elba, Mary, Esperanza, Yolanda, Mercedes, Juan, Amadeo y Pepe.