miércoles, 27 de julio de 2011

LIMONES MAMONES

La primera visión tras mi repentino soponcio fue el vigoroso batir del abanico de una señora que no cesaba de sentenciar:”Esto va a ser de la tensión baja, esto va a ser de la tensión baja…”
¡Ni tensión ni leches! Porque las últimas palabras que recuerdo antes de mi espectacular desmayo fueron las de la señora Tordon que –inopinadamente, mientras yo degustaba el primer café de la mañana--susurró:
-“Cariño, quiero tener un hijo…”
¿Un hijo? ¿Vosotros pensáis, estimados blogueros, que a un hombre de edad madura (casi provecta), que a un humilde varón como el que suscribe, que a un atlante-currante que tras denodado esfuerzo ha contribuido a la mayor gloria de la Humanidad con cuatro rebeldes sin causa, con cuatro hijos únicos, con cuatro retoños que desayunan, comen y cenan como limas, se le puede soltar así, de sopetón, sin anestesia, tan escalofriantes palabras?
Cuando la palidez cerúlea abandono mi semblante, la señora Tordon insistió:
-“Que no, que no es lo que tú piensas, que quiero tener un hijo del limonero centenario del prado de arriba que da unos limones más dulces , más finos, de textura más liviana…“ (Siempre me llamó la atención la sutileza del género femenino en general y la de mi señora en particular: Una vez le pedí que me comprara un jersey marrón, pero ella me rogó que le especificara si lo quería de color beige, arena, ocre, calabaza, terracota, chocolate, albaricoque, tierra, topo, café con leche, cuero, piedra…)



Una vez segura de que se ralentizaba la taquicardia y se alejaban mis vahídos, prosiguió:
-“Tal vez si le cortáramos una ramita y la injertáramos mediante un acodo y bla ,bla, bla…”



¡Coño, haber empezado por ahí, por el acodo, y no por la descendencia…!




Y es que si no la conociera bien pensaría que trata de cambiar su actual estatus por el de viuda alegre…




En resumen, que no es de extrañar que con tanto cítrico se me esté agriando el carácter.

viernes, 22 de julio de 2011

EMPRENDEDORES

Existen momentos en la vida de un hombre en los que, sin previo aviso, se tensan sus músculos, se excitan sus nervios , yergue la espalda ,saca pecho, se le va la bola, y brota de su corazón un desconocido fervor patriótico.


Y esto es lo que- sin querer, a tontas y a locas- me ha sucedido en días pasados.


Tal vez haya tenido que ver en la gestación de este inopinado ardor hispánico el ambiente propiciado por los fastos del 75 aniversario del GAN (GloriosoAlzamientoNacional);tal vez la causa de tan demoníaco entusiasmo haya que buscarla en la célebre frase de Kennedy que proclama:”No te preguntes lo que Zapalcaba puede hacer por ti, sino lo que tu puedes hacer por Zapalcaba”.
Sea como fuere, lo cierto es que tenía yo unos ahorrillos destinados a organizarme un viaje de placer a Brasil, un país al que hace tiempo tengo ganas de hincarle el diente. (A las nativas, ni te cuento).
Así pues, acudiendo a la llamada de mi irreductible conciencia , sabedor de mis responsabilidades como ciudadano solidario, -empático patriota que se mimetiza con el entorno sufriente-, cautivo y desarmado el ejército “rosa”(cariño, no te compliques la vida), haciendo acopio de mi más que reconocido valor y de mi inquieta esencia de emprendedor furibundo, pensé que bien podría sumar mis ahorros a la ayudita de un banco y conseguir de esta manera comprar unos locales, crear riqueza, ampliar el negocio, generar puestos de trabajo y liberar de su pesado yugo a unos cuantos compatriotas parados.
Aunque no penséis, ingenuos blogueros, que todas mis elucubraciones perseguían un objetivo altruista, ya que en ningún momento renuncié a la idea del hipotético lucro que tan audaz iniciativa me reportaría una vez que hubiesen transcurrido 200 años (que es más o menos el tiempo que tardaría en devolverle el dinero a los vampiros del Santander.).

Así pues, dispuesto a la lucha, con la ilusión de un Cruzado, comencé a recabar información sobre los requisitos que me permitieran acometer el ilusionante desafío: Proyecto de arquitecto, licencia de obras, permisos del ayuntamiento, autorizaciones de la Compañía de Instalaciones Radiológicas, aquiescencia de la de Residuos Peligrosos, beneplácitos de la de Contaminación Acústica, venia de los bomberos, anuencia del Alcalde, conformidad de los Servicios Sanitarios, aprobación escrita de la compañía de extintores , visto bueno de mi suegra y consentimiento inexcusable del maestro armero…
Lo de los Bancos fue -si cabe- , todavía peor: Declaración de bienes inmuebles, documentos de Hacienda, Patrimonio, estado de cuentas, acciones, bonos, valores, depósitos, hipotecas, facturas...
Y no se limitaron a indagar tan solo en mis dineros, sino que también investigaron sobre mi alma:¿Tiene usted cargas familiares? ¿Come alimentos con un contenido alto en colesterol? ¿Qué tal se lleva con su señora? ¿Tiene una vida sexual saludable? ¿Cuántas veces?
(Esta última pregunta es una “pregunta-trampa”: Si dices que muchas, podrían tomarte por un “vivalavirgen” irresponsable susceptible de sufrir un síncope "orgasmático"; si dices que pocas, podrían tomarte por un pusilánime incapaz de pagar las cuotas. Yo salí del paso con un ambiguo”se hace lo que se puede”, que no compromete a nada.)

Vistas las cosas, estimados blogueros, podéis comprender el efecto disuasorio que este insufrible listado de trámites ejercieron sobre mis excitadas neuronas.
Pero yo soy un hombre- ya me conocéis- que no se arredra ante las dificultades, mi voluntad es férrea y mi alma es inasequible al desaliento. Además, yo no me creo esa leyenda urbana que dice que la mejor manera de ser emprendedor en España, es no serlo.

¡Jamás me daré por vencido!

En resumen, que ya os contaré si las caipiriñas y las brasileiras están tan buenas como dicen.

lunes, 4 de julio de 2011

INVASIÓN AMARILLA

Desde que era un niño llevo oyendo esa terrible historia que cuenta que si un día todos los chinos se pusieran de acuerdo y dieran un salto, se desplazaría el eje de la Tierra.
Imbuido en la zozobra de esos miedos ancestrales,- y por aquello de restar efectivos a una posible y destructora sincronía-, invité a casa a unos amigos orientales de mi hija.
Portadores de nombres bisilábicos absolutamente imposibles, solo me quedé con el de uno de ellos, (Yu-Ju), aunque cuando le llamaba mi familia pensaba que me había tocado la Bono-Loto.
Jóvenes, discretos, silenciosos, sobrios y disciplinados, escondían bajo sus camisetas de mercadillo unas flamantes licenciaturas en Arquitectura o en Ingeniería.
Llegaron de viaje muy tarde, pero a la mañana siguiente, - hora prevista, nine o´clock-, aparecieron todos por mi cocina.
Un poco agobiado con la organización de la intendencia para tantos invitados, y desconocedor de las costumbres orientales, saqué a relucir mi batería culinaria y les pregunté qué deseaban para desayunar:
-Tenéis café, leche, té rojo, té verde, Cola-Cao, zumo de naranja, mermelada, mantequilla, Nocilla, tostadas, napolitanas, cruasanes, Tosta-Rica, cereales…
Todos permanecieron en silencio. Al fin, uno de ellos se decidió a hablar:
-No se preocupe, señor, cualquier cosa nos sirve. En mi casa, para desayunar, solo hay café y pan…



Y no sé por qué, pero en aquel preciso instante me vino a la mente el engorroso asunto de la caída del Imperio Romano y tuve la certeza de que – con independencia de nuestras elucubraciones-, nos acabaría tocando la China .


Y es que contra esta gente tenemos la batalla irremisiblemente perdida.



Incluso antes de desayunar.




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