martes, 29 de abril de 2008

La cama

Es una ciudad del Sur de España, pero está lloviendo. Son las 12 de la noche.
La cama que podemos ver es una cama matrimonial, sin ninguna particularidad especial. El cabecero es liso y de color marrón. En ella, una mujer de mediana edad se encuentra sentada con un ángulo ligeramente superior a 45 grados y tiene la mano derecha apoyada en la almohada, mirando hacia el centro del lecho. Parece que está charlando con alguien que suponemos que es su marido. Éste, a pesar de que tiene los ojos cerrados y está en posición absolutamente horizontal, no duerme.

-“…Me gustaría tanto que me comprendieras…Cuando éramos novios, nos queríamos, sí, pero no teníamos tiempo para ser felices, tan ocupados como estábamos con los estudios y por labrarnos un futuro. Pensaba que al decidir casarnos, las cosas mejorarían, pero, por el contrario, las cosas empeoraron aún más: Preparar la boda, buscar casa, encontrar trabajo... ¡Qué época más agobiante! No recuerdo ningún momento en el que realmente me sintiera tranquila y feliz… ¿Te das cuenta de la angustia que sentía por aquel entonces, querido Juan?

-“Intenta dormir, Nuria, es muy tarde y estoy muy cansado” -contestó el hombre sin moverse, pero entreabriendo ligeramente los ojos.

-“…Y cuando llegaron los niños, aún me sentí peor - prosiguió la mujer. Siempre pendiente de ellos, muchas noches de insomnio, preocupada cuando estaban enfermos, ¡cuantos días me pasé sola, mientras tú, ajeno a mi drama, continuabas a tus cosas, trabajando, como siempre! ¡Cuantas veces lloré en la más absoluta soledad…! Y aunque nunca me quejé, sufrí en silencio, siempre me lo guardé para mí, no quería preocuparte ¿Me escuchas, Juan?

-“Si cariño, lo siento”,-dijo el hombre, abriendo esta vez solo uno de los ojos.

-“…Toda la vida peleando, y total ¿para qué?, Todo el tiempo me lo he pasado cuidando de los demás, sin que pudiera dedicar ni un solo minuto a mi misma. Y ahora que contemplo en el espejo el paso de los años surcándome el rostro, mis músculos fláccidos, mi aspecto cansado, me siento impotente para continuar con esta vida miserable que me ha tocado vivir… Y luego viene lo de tu enfermedad, una guinda en el pastel de mi atribulada desgracia. ¡Qué interminable suplicio! Y si mi existencia era poco reconfortante, en los últimos tiempos he tenido que hacer frente a toda la burocracia de los hospitales, he dedicado montones de horas a tu cuidado, a alimentarte, a hacerte compañía. ¿Me escuchas Juan?

Pero esta vez el hombre no respondió, porque hacía unos minutos que había muerto.

(Homenaje a Ambrose Bierce)

1 comentario:

Anónimo dijo...

QUE BONITO ! Esto parece la típica carta en cadena que envian por el msn diciendo que si no la reenvias a 10 contactos tendras una penosa existencia, o que un asesino va a matarte por la noche, etc ...

MUY BIEN ... ME ENCANTA :)

SALUDOS