En Navidad, el mayor motivo de disputa en mi casa, es la colocación del Nacimiento. Siempre tengo bronca con mis hijos, y aunque hago firme el propósito de que esto no suceda, todos los años –inevitablemente- los problemas se repiten.
Vamos a olvidarnos,- ¡les hace tanta ilusión!-, de que para sacar tres cuadraditos de musgo, mis hijos levanten 100 m2 de jardín y lo pongan todo hecho un asco. Esto es solo el inicio de la confrontación, pero es “pecata minuta” en relación al resto.
Para empezar, tenemos el problema de las tallas. Por un extraño motivo, todas las figuritas del Nacimiento se recogen, año tras año, -haciendo caso omiso a la época en la que han sido adquiridas- en la misma caja de cartón. Y así, podemos observar a un Melchor gigante al lado de un Gaspar enano y un Baltasar que no le llega ni a la rodilla al camello. Porque, claro, -además-, por esa inevitable y no escrita ley de Murphy Navideña, siempre le toca el camello más canijo al Mago más alto.
Después viene el problema de la congruencia cronológica: Les tengo dicho mil y una veces que no quiero ver en medio de tan bucólico escenario a los dinosaurios y a los Clik de Famobil .Intento explicarles que esas figuras confieren al Nacimiento un toque surrealista y anacrónico. Pero como si nada: Ahí están, año tras año, como verdaderos guardianes de los tiempos pasados y futuros.
Pero lo peor viene al segundo día, que es cuando yo comienzo a ponerme de los nervios, a fruncir el entrecejo y a preguntar en voz alta: ¿Era, por casualidad, Galilea una región especialmente sísmica? No sé cómo, ni por qué, (quizá le aticen con la aspiradora o haya muchas corrientes de aire en mi casa)- pero el hecho cierto es que el Nacimiento se convierte, como por ensalmo, en un verdadero campo de batalla: Y así, los pastores, en vez de cuidar las ovejas,- tal y como de ellos se espera-, aparecen todos durmiendo la siesta sobre el musgo. Tumbados a la bartola, -¡tan tranquilos, oye!-, mientras sus descarriadas ovejas andan perdidas por los cerros de corcho. Eso sí, los tíos no sueltan el cayado ni para dormir…
Aunque en esto de los terremotos, la figura de más alto riesgo es sin duda el angelito que extiende sus alas sobre el Portal. Se lo tengo dicho una y mil veces: ¡Usad lo que queráis, aunque sea Loctite, pero no quiero ver más al angelito montado a caballo sobre la vaca! Es que esta desubicación me pone los pelos de punta, le da al conjunto un aire tan anarco-irreverente que no lo puedo soportar, me sienta fatal a la vista…
Y ellos, como si nada, ni el más mínimo caso…
Pero la cosa no queda ahí. El aguerrido soldado, vencido bajo el peso de la lanza y el escudo, permanece de bruces con la cabeza semisumergida en ese típico arroyo de papel de plata que todo “creativo” que se precie trata de incorporar al paisaje.
Y ahí, con el ejército romano haciendo aguas, medio ahogado, es cuando a mí ya me entran ganas de llorar…
E imagino tan intensa la actividad geo-sísmica de la zona, que parece que hasta el riachuelo se haya visto desbordado con las últimas lluvias y así, los cisnes ,-que plácidamente se deslizaban sobre él el día anterior-, aparecen patas arriba en el fondo del barranco en compañía de tres ovejas, una gallina, una señora lavando y el perro del pastor.
-¡Esto no es un Nacimiento, esto es una merienda de negros, leñe!- me desgañito sin que me hagan ni puñetero caso.
-¡Bueno papi, “buen rollito”, que es Navidad! -me contestan
-¡Mecagüen…!
Vamos a olvidarnos,- ¡les hace tanta ilusión!-, de que para sacar tres cuadraditos de musgo, mis hijos levanten 100 m2 de jardín y lo pongan todo hecho un asco. Esto es solo el inicio de la confrontación, pero es “pecata minuta” en relación al resto.
Para empezar, tenemos el problema de las tallas. Por un extraño motivo, todas las figuritas del Nacimiento se recogen, año tras año, -haciendo caso omiso a la época en la que han sido adquiridas- en la misma caja de cartón. Y así, podemos observar a un Melchor gigante al lado de un Gaspar enano y un Baltasar que no le llega ni a la rodilla al camello. Porque, claro, -además-, por esa inevitable y no escrita ley de Murphy Navideña, siempre le toca el camello más canijo al Mago más alto.
Después viene el problema de la congruencia cronológica: Les tengo dicho mil y una veces que no quiero ver en medio de tan bucólico escenario a los dinosaurios y a los Clik de Famobil .Intento explicarles que esas figuras confieren al Nacimiento un toque surrealista y anacrónico. Pero como si nada: Ahí están, año tras año, como verdaderos guardianes de los tiempos pasados y futuros.
Pero lo peor viene al segundo día, que es cuando yo comienzo a ponerme de los nervios, a fruncir el entrecejo y a preguntar en voz alta: ¿Era, por casualidad, Galilea una región especialmente sísmica? No sé cómo, ni por qué, (quizá le aticen con la aspiradora o haya muchas corrientes de aire en mi casa)- pero el hecho cierto es que el Nacimiento se convierte, como por ensalmo, en un verdadero campo de batalla: Y así, los pastores, en vez de cuidar las ovejas,- tal y como de ellos se espera-, aparecen todos durmiendo la siesta sobre el musgo. Tumbados a la bartola, -¡tan tranquilos, oye!-, mientras sus descarriadas ovejas andan perdidas por los cerros de corcho. Eso sí, los tíos no sueltan el cayado ni para dormir…
Aunque en esto de los terremotos, la figura de más alto riesgo es sin duda el angelito que extiende sus alas sobre el Portal. Se lo tengo dicho una y mil veces: ¡Usad lo que queráis, aunque sea Loctite, pero no quiero ver más al angelito montado a caballo sobre la vaca! Es que esta desubicación me pone los pelos de punta, le da al conjunto un aire tan anarco-irreverente que no lo puedo soportar, me sienta fatal a la vista…
Y ellos, como si nada, ni el más mínimo caso…
Pero la cosa no queda ahí. El aguerrido soldado, vencido bajo el peso de la lanza y el escudo, permanece de bruces con la cabeza semisumergida en ese típico arroyo de papel de plata que todo “creativo” que se precie trata de incorporar al paisaje.
Y ahí, con el ejército romano haciendo aguas, medio ahogado, es cuando a mí ya me entran ganas de llorar…
E imagino tan intensa la actividad geo-sísmica de la zona, que parece que hasta el riachuelo se haya visto desbordado con las últimas lluvias y así, los cisnes ,-que plácidamente se deslizaban sobre él el día anterior-, aparecen patas arriba en el fondo del barranco en compañía de tres ovejas, una gallina, una señora lavando y el perro del pastor.
-¡Esto no es un Nacimiento, esto es una merienda de negros, leñe!- me desgañito sin que me hagan ni puñetero caso.
-¡Bueno papi, “buen rollito”, que es Navidad! -me contestan
-¡Mecagüen…!
Y lo peor de todo es que, allá por Semana Santa, cuando ya me da vergüenza, me toca recoger el árbol, las bombillas de colores y las figuritas del Belén.
En la misma caja de siempre y sin clasificar por tallas, por supuesto.
8 comentarios:
Ja, Ja, Já, me has hecho reir un rato.
jajajajajaja, creo que hoy no podré evitar pensar en esta entrada y reirme a placer,jajaja
Jajja muy bueno Tordon,pero has de pensar que existe la literatura fantástica, el nacimiento (n quizás pertenezca a ese ámbito) ,muy parecido a como lo tiene mucha gente jaja,o ¿quizás se trata de uno de esos nacimientos vivientes que no cuentan en los medios de comunicación?,jajaj Tordon, gracia spor describir como has hecho ese fenómeno paranormal que sucede en muchos sitios jaja.Salu2
Debe ser cosa de la intifada. Mira a ver las excavadoras, suelen salir por las noches.
La estrella original no lleva ojivas, si le cuelga algo que haga Tic Tac, devuélveselo a Garfio.
Mi belén lo vigila la tuna, los tengo bastante tranquilos, mientras no les deje las botellas cerca
http://peleones.blogspot.com/2008/01/queridos-reyes-magos.html
Ya no sólo hay pastores, las pastorcitas han acudido en masa ante el reclamo.
Yo quiero colocar un tanque Merkava israelí en el Belén de mi pueblo, pero no creo que me dejen...
Gracias Livy, Silvo, Peleón, Jaime, por vuestros comentarios.
¡Nos veremos a la vuelta de las vacaciones!
¡Felices Fiestas!
Jajajajajaja. Muy bueno Tordon!!!
Saludos!
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