Harto ya del rutinario soniquete veraniego (piribiribiribí, piribiribiribí,¡uh!: pararáamericano…), decidí sintonizar una melodía más apacible con la que otorgarle un alivio a mi atormentado espíritu. Y para ello, con dos bemoles, encaminé mis pasos hacia la antigua “Marca” fronteriza carolingia, una difusa línea que transcurre por las estribaciones pre-pirenaicas del Alto Ampurdán.
Y, os lo aseguro, no lo tuve fácil en aquel desolado paisaje repleto de chicharras, abetos y rocas cuarteadas por el hielo, pero -como podéis comprobar en la foto-, hice lo humanamente posible para elevar el trasfondo de mis meditaciones.
Y, os lo aseguro, no lo tuve fácil en aquel desolado paisaje repleto de chicharras, abetos y rocas cuarteadas por el hielo, pero -como podéis comprobar en la foto-, hice lo humanamente posible para elevar el trasfondo de mis meditaciones.

Y aunque sé sobradamente que el águila vuela sola y el cuervo en bandadas, mi quebradiza voluntad nada aguantó ante el peso de la sofocante canícula y los ensimismados pensamientos.
Y así, pajarillo sobre otra águila, mi Jarli-Jolie, retorné raudo al cosmos de los muertos vivientes, al universo de los atolondrados pecadores, al submundo de los ruidosos plebeyos.
¡Broommm…broommm!…pararáamericano…Y es que, con tanta virtud, ya me estaba saliendo un sarpullido.

